En principio, como deseo incluso como realidad -con nuestros límites- todos estamos de acuerdo.
Sin embargo, a fuerza de escuchar conversaciones de familiares, amigos, desconocidos del metro... y también escuchando a nuestros mismos alumnos de diversas ciudades... me llego a plantear si no estamos dando por hecho que todos llamamos vida a lo mismo.
Ayer, el presidente de Gobierno de España tuvo que aguantar la pregunta de un sacerdote de 44 años en pleno debate televisivo. Dijo así:
- "¿Usted cree que el embrión y el feto es un ser humano?".
La respuesta o mejor no-respuesta del Presidente, fue hablar de la ley de plazos, del derecho de la mujer, etc... Y entonces, el sacerdote Javier Quevedo, cura en Alcázar de San Juan (Ciudad Real), volvió a intentarlo:
- No le he preguntado por la ampliación de la ley, sino por si considera que el feto y el embrión son un ser humano...
Tampoco hubo respuesta.
A mí no me preocupa tanto que Zapatero no tenga respuesta o que la tenga y no se atreva a decirla porque debe quedar bien con todos. No lo sé.
Lo que sí me hace pensar es cómo vemos este tema en nuestros centros, en nuestros alumnos, en sus charlas informales los sábados a las 2 de la mañana, los profesores que les habláis y acompañáis...
No tengo respuestas claras y distintas, inamovibles. Pero preguntas sí.
Y lo que más temo es que demos por sabidas y coincidentes todas las respuestas. No es verdad.
No tengo ni idea de en qué momento un grupo de células proliferantes de nombres que parecen sacados de un tebeo (el zigoto, el blastocisto &cía) dejan de ser sólo células para convertirse en un ser humano en potencia. Ni siquiera creo que la ciencia, con todos sus intentos de cuidada precisión, tenga nada que decir en esto. Y es que es muy fácil que un tipo de bata blanca y probeta en mano diga “hasta aquí tocamos; de aquí en adelante, terreno sagrado”. Y palabra de dios. Ya podemos dormir tranquilos.
ResponderEliminarTampoco creo que haya respuestas inamovibles.
Lo que sí que sé es que la vida, toda vida, tiene el valor que nosotros le demos. Y en esta capacidad de valorar radica nuestra capacidad de decidir.
¿La vida tiene el valor que nosotros le demos? ¿de verdad? ¿no es demasiado peligroso? ¿No es demasiado pretencioso colocarnos nosotros como medida del bien y el mal?
ResponderEliminar...no me convence!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡La verdad es que a mí tampoco me convence nada de nada! Pensándolo bien, ha sido una afirmación demasiado arriesgada por mi parte, quizá inacertada. Sin embargo, pienso que a efectos prácticos es así.
ResponderEliminarAunque creo que la vida tiene un valor absoluto e inalienable, no deja de sorprenderme que nuestras sociedades se movilicen y pongan el grito en el cielo por cada caso de eutanasia (recuerdo la controversia cuando la justicia retiró la alimentación asistida a Terri Schiavo, hace ya unos años, o el debate en torno a Eluana Englaro, más reciente) y poca gente mueva un dedo o tome la iniciativa ante los numerosos llamamientos de la ONU para acabar con la desnutrición que afecta a más de un tercio de África.
No sé… ¿de verdad les estamos dando el mismo valor a sus vidas?
Sólo es un ejemplo, y sin meterme en un debate filosófico-ético que me supera por todas partes, creo sencillamente (y ahí quería llegar desde el principio, por complicado que parezca) que es importante aprender (y enseñar) a valorar la vida, siendo coherentes. No porque su medida esté en nuestras manos, sino porque sí que lo está lo que hacemos con ella.
a efectos prácticos, estamos haciendo que la vida tenga el valor que cada uno de nosotros queremos darla... Estoy de acuerdo.
ResponderEliminarpero ¡ojo!... ¡justo ahí está el peligro! Comenzamos por dejar amplitud para que cada uno valore o no la vida y ahora ya es también opinable qué es vida y qué no... ¿No es peligroso? ¿No podemos hacer nada? ¿No estaremos cayendo en el juego sin querer?