Y así dijo el Señor: "¡Vuelva la
Vida,
y que el Amor redima la condena!"
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.
...
¿Quién vió en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.
En plenitud de vida y de sendero,
dió el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.
...
Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.
Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.
Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria.
Sí, sí... si es muy gracioso... ciertamente el burro o borriquilla despierta en nosotros sentimientos agradables, graciosos, sencillos... ¿no es verdad? Puede resultar hasta entrañable.
Otra cosa es que te proclamen rey o que te elijan para una gran misión y como señal de todo tu "poderío" pongan a tu disposición un burro.
Eso ya es distinto. Igual no nos hacía tanta gracia, ¿no?
Es lo que celebramos en Domingo de Ramos y así comenzamos los cristianos la Semana más santa del año. La Semana que nos recuerda dónde nos lo jugamos todo y de qué manera.
Pero se nos olvida.... Casi siempre o llegamos demasiado aturullados, casi sin enterarnos de que se termina la Cuaresma o tan preocupados por preparar lo que vayamos a hacer en Pascua, que no reparamos en burros ni en borricas.
Cantaremos hosanna al Hijo de David.
Descansaremos algo en el mejor de los casos.
Posiblemente, hasta participemos de las celebraciones en los días santos.
Y llegaremos al Domingo de Resurrección, más contentos que unas "pascuas", sin contar -una vez más- con un Dios que elige a burros y borriquillas para iniciar el momento esencial de su vida, para invitarte a ser de los suyos, para dejarte claro cuál es su estilo y sus medios.
Comenzamos la Semana Santa. ¡Como me gustaría no perderme ni un detalle!
¡cómo me gustaría, Señor, que me ayudes a no pasar por alto tu borriquilla, todo un programa claro para ser de los tuyos y como tú!
Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa
Misa de comienzo del ministerio petrino en la solemnidad de San José, esposo de
la Virgen María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica
de significado, y es también el onomástico de mi venerado predecesor: le
estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Saludo con afecto a los hermanos cardenales y
obispos, a los presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los
fieles laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras
iglesias y comunidades eclesiales, así como a los representantes de la
comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo a los
Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de tantos países
del mundo y al Cuerpo Diplomático.
Hemos escuchado en el Evangelio que "José hizo
lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer" (Mt
1,24). En estas palabras se encierra ya la misión que Dios confía a José, la de
ser custos, custodio. Custodio ¨de quién? De María y Jesús; pero es una
custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato Juan Pablo
II: "Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño
a la educación de Jesucristo, también custodia y protege su cuerpo místico, la
Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo" (Exhort. ap.
Redemptoris Custos, 1).
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción,
con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y
total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio
de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento
con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos
de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas
temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y
en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana
en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús.
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María,
de Jesús, de la Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus
signos, disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le
pidió a David, como hemos escuchado en la primera lectura: Dios no quiere una
casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su palabra, a su designio; y
es Dios mismo quien construye la casa, pero de piedras vivas marcadas por su
Espíritu. Y José es "custodio" porque sabe escuchar a Dios, se deja
guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más sensible aún a las
personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo los
acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones más
sensatas. En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a la llamada de Dios,
con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la
vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a
los demás, salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a
nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es
simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la
belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos
muestra San Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios
y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por
todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos,
quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro
corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan
recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo,
también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con
sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el
respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre,
y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de
Dios.
Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad,
cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana
terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las
épocas de la historia existen "Herodes" que traman planes de muerte,
destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan
puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos
los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos "custodios" de la
creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro,
del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte
acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para "custodiar",
también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la
envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar
sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las
intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos
tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura.
Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el
preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los
Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero
en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles,
sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de
atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos
tener miedo de la bondad, de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el
inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta
también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¨de
qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue
la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas. Nunca
olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para
ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen
luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico
de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo
de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los
más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el
juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al
desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con
amor sabe custodiar.
En la segunda lectura, San Pablo habla de Abraham,
que "apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza" (Rm
4,18). Apoyado en la esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos
cúmulos de cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros
mismos esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una
mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de tantas
nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente, para nosotros
los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza que llevamos tiene el
horizonte de Dios, que se nos ha abierto en Cristo, está fundada sobre la roca
que es Dios.
Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la
creación, custodiar a todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a
nosotros mismos; he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a
desempeñar, pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella
de la esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de San
José, de los Apóstoles San Pedro y San Pablo, de San Francisco, para que el
Espíritu Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Recen por
mí. Amén".
Nunca se sabe y sobre todo, conviene no precipitarse: tener suficiente humildad para ir detrás del Espíritu y no pretender ir delante. Pero esta tarde noche, tras el "bona sera", una especie de aire sereno parecía susurrar: "otro paso más, seguimos caminando, hacia delante".
El Papa ha elegido llamarse por primera vez Francesco (como el poverello de Asis), el que escuchó de Dios "repara mi Iglesia".
El Papa es latinoamericano y es jesuita.
El Papa ha preferido rezar y recordar a Benedicto antes que dar sermones primeros.
El Papa ha pedido la bendición de Dios por medio del pueblo antes de bendecir él.
Algo está cambiando... No sólo en el Papa. solo hay que echar un vistazo a la foto de abajo o revisar los trending topic de esta tarde o caer en cuenta de cuantos estábamos siguiendo la espera del nuevo Papa por las redes, comentando en directo con gente de los cinco continentes.
Algo nuevo está cambiando. ¿No lo ves? Yo lo hago todo nuevo.... Amén
Un mundo ajeno a la Iglesia en una gran medida, a veces incluso beligerante con cualquier profesión pública de fe y sin embargo todas las miradas se acercan a este grupo de hombres con extrañas vestiduras moradas encerrados en un peculiar lugar.
Una sociedad de símbolos, de TICS, de nuevas tecnologías, que tiene a toda la prensa internacional pendiente de una chimeneza que produce mucho humo... ya sea negro o blanco.
Un tiempo donde la autoridad se compra y se vende, donde unos llegan y otros vienen y ocupan el mismo lugar. Un tiempo donde se proclama con tranquilidad que se vive "en sede vacante"... ¡Que gran manera de expresar una y otra vez que la sede está por encima de cualquier persona porque el centro de todo esto no es ninguno de nosotros! Es Alguien que nos precede, nos envuelve y nos acompaña.
“Yerma”, además de ser el título
de una obra de teatro de Federico García Lorca, es un adjetivo femenino de
sonoridad preciosa que significa “inhabitada”, “incultivada”, que acompaña
generalmente al sustantivo “tierra”. Pues bien, me atrevo a decir que
no hay tierra yerma para el Padre, que todos los cristianos y cristianas
tenemos la inmensa suerte de ser considerados semilla que da fruto y a la vez
tierra para que la semilla dé fruto.
Esto es una suerte, pero también
una responsabilidad. La responsabilidad de sabernos fértiles en dones y
capacidades. Todos y todas tenemos las nuestras, ¿sabes tú reconocer las tuyas?
La Biblia está llena de metáforas
sobre la siembra y la cosecha. Pero si no te llega esto de ser semilla que da
fruto, piensa, simplemente, en lo que tú puedes dar al mundo y no estás dando.
La Cuaresma es un momento perfecto para empezar a sacar lo mejor de ti, para
convertirte en un donante de cualidades. No esperes a que caigan torres o a que
se desmorone algo a tu alrededor, empieza ahora y serás más feliz, más
original, más tú… ¡Seguro!