El tercer domingo de Cuaresma nos recuerda el evangelio de Jesús expulsando a los mercaderes del Templo. Casi siempre nos fijamos en el enfado terrible de Jesús viendo cómo se desvirtuaba algo que para él era... sagrado. Algo que le tocaba el corazón y la vida. Pero pocas veces nos paramos a pensar la enorme tristeza de Jesús en ese momento. Creo que muchísimo mayor que su enfado. Entre otras cosas, porque muchos de aquellos mercaderes ni siquieran serían conscientes de estar haciendo algo mal. Al contrario: defendían sus intereses, el pan de sus hijos, la tradición del Templo...
Y no puedo dejar de contemplar la realidad que me hace sufrir a mí. Esa que tanta me duele (tú mira la tuya). Que me enfada también, que me hace arder la sangre, que me revela... pero sobre todo esa que tanto me duele...
Una relación perdida... Una posibilidad de mayor comunión desaprovechada... Una persona necesitada a la que no presté atención... Un desprecio injusto e hiriente hacia lo más sagrado... Una palabra y un mal gesto que hizo polvo a otro... Un empecinamiento en percibir a Fulanito/a como enemigo y no como hermano/a... Unas diferencias aparentemente irreconciliables... Un dejarme llenar el corazón de "mercaderes" con quienes vendo mi propia vida... Una Iglesia poco ecclesia... Un Ser humano poco humano...
En fin... menos mal, que puestos a contarlo todo, también se nos regala de vez en cuando, alguna que otra cura o bálsamo para consolar tanto arañazo...
siento y hago mío ese comentario que habéis hecho. el dolor puede quedar en el alma y entonces... yo creo que entonces nos paraliza... ya no vemos, ya no oímos aunque tengamos ojos y oidos.
ResponderEliminarla pregunta es qué nos duele? en qué medida nuestro dolor es por motivos similares a los de Jesús o es más bien por orgullo herdido, amistad defraudada, realidad dura ...
creo que hasta eso hemos de discernir y cuestionarnos, no sea que nuestro dolor no esté unido al de cristo y entonces ¿que estaríamos haciendo con nuestra vida y nuestro seguimiento a él?