
Y el otro brazo, el que se apoya en la cadera, estaría más bailando la macarena que avisando de un cabreo divino.
Y, por supuesto, los ojos seguirían abiertos y bien abiertos, pero con una sonrisa, de esas que siendo buenas y consoladoras, no son bonachonas ni ingenuas.
Simplemente, divina.
Y nos íbamos a enterar, por fin... de cómo es Dios... el de Jesús, of course.
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