sábado, 12 de diciembre de 2009

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO: ¿QUÉ PUEDO HACER YO?... ¡ALEGRARME!

Miro cómo van las cosas en el trabajo y no me gusta. ¿Qué puedo hacer yo?
Miro mis reacciones y mis manías y miedos y sigo igual. ¿Qué puedo hacer yo?
Miro a mi familia y me preocupa cómo van algunas cosas. ¿Qué puedo hacer yo?
Miro las noticias y hablo con la gente del barrio… la gente está sufriendo mucho. ¿Qué puedo hacer yo?

Y hoy me siento como la gente que se acercó al Bautista. Esa gente tan variada (militares, publicanos, fariseos, caminantes…) que descubrieron que algo estaba pasando, que esto de Jesús iba en serio, que se acercaba otra cosa nueva y distinta… Y no se quedaron igual. No se quedaron tranquilos. Se alegraron tanto que sólo se preguntaban: ¿qué podemos hacer nosotros?
Me encantaría que todos los que intuimos que Dios es la Vida y la Alegría, que es más real que yo misma, que el Evangelio de Jesús viene y viene cada día… no nos quedáramos igual que siempre y nos preguntáramos: ¿qué puedo hacer yo? Y escucharemos cosas bien sencillas y cotidianas que todos, absolutamente todos, podemos hacer. Es la parte de Reino que Dios deja en nuestras manos. El pedacito de Reino que tú y yo podemos hacer visible hoy, si nos quedamos con Él.
Para empezar por algo empieza por alegrarte. Es la invitación repetida de este Tercer Domingo de Adviento. La primera palabra de la Eucaristía invita a alegranos; la primera lectura de Sofonía nos recuerda que somos la alegría de Dios (¡increíble!... ¡Dios se acuerda de nosotros y se alegra!); Pablo nos pide que estemos siempre alegres porque el Señor está cerca…
En fin, sólo queda que tú y yo encontremos motivos para esa alegría. A veces parecemos un radar atrofiado, siempre dispuesto a detectar motivos de tristeza y preocupación que señales de esperanza y alegría. Esta vez no: todo un reto. ¡Alégrate, está cerquísima de ti y se alegra contigo!

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