viernes, 7 de octubre de 2011

¿QUIÉN QUIERE VINO?

DOMINGO XVIII, ciclo A. Mt 21, 33—43

Me cuesta entenderlo. ¿Quién puede olvidarse de asistir a una boda? ¿Quién puede cambiar un banquete por marcharse a sus tierras, por afanarse en sus negocios? Cuando alguien —un amigo, un hermano,… ¡el mismísimo rey!— dispone todo para la boda de su hijo y te hace partícipe, reservas el día, anulas otros compromisos, buscas un regalo y un vestido que expresen la alegría de haber sido invitado… Sobre todo si ese banquete es el de la felicidad eterna; si, según relata Isaías, «el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera» (Is 25, 6-10). ¿Quién puede no querer ir a este banquete? Sólo quien no haya descubierto en su corazón hambre de cielo, sed de eternidad. Por eso, lo importante no es si somos sacerdotes o si estamos en los cruces de los caminos, si somos malos o si somos buenos; lo realmente decisivo es si nos atrevemos a vivirnos desde la sed y si nos arriesgamos a confiar en que Dios nos servirá el Vino mejor. Aunque no sepamos el día ni la hora. Aunque al festín se entre por la cruz y por la muerte. Entonces sí. Cuando aprendamos a caminar desde la alegría de estar convidados, todo manará: dedicaremos la vida entera a disponer el corazón, a esperanzar el alma, a amar a aquel que nos invita, a reunir a todos los posibles… A abrazar al Novio con traje de fiesta.

Adrián de Prado, cmf en www.acompasando.org

No hay comentarios:

Publicar un comentario