jueves, 24 de marzo de 2011

SAN ROMERO DE AMÉRICA: OBISPO Y MÁRTIR


Hoy se cumplen 31 años del martirio de Monseñor Oscar Romero, en El Salvador. Le dispararon a bocajarro mientras celebraba la Eucaristía en una pequeña y simple capilla de hospital. La Iglesia católica "oficialmente" aún no lo ha reconocido como mártir; el pueblo sí. Hace mucho tiempo. San Romero de América, le llaman y le rezan. Merece la pena transcribir una vez más sus palabras, pronunciadas la víspera de su asesinato. siguen vivas y actuales. Siguen siendo una llamada para todos, vivamos en la realidad que vivamos, porque el corazón es el mismo. Que él nos ayude a vivirlo e interceda por nosotros y por los que más sufren:

"Ya sé que hay muchos que se escandalizan de estas palabras y quieren acusarlas de que han dejado la predicación del Evangelio para meterse en política. Pero no acepto yo esa acusación, sino que hago un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el Evangelio para nuestro pueblo. Por eso, pido al Señor durante toda la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que la Iglesia está haciendo el esfuerzo por cumplir con su misión.
Yo quisiera hacer un llamamiento muy especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos, y, ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡cese la represión!"

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