
Mateo, 6 años
Cuando mi abuela se enfermó de artritis, ella no se podía agachar para pintarse las uñas de los pies. Mi abuelo, desde entonces, le pinta las uñas, aunque él también tiene artritis. Eso es amor.
Rebeca, 8 años


Pueden gustarte más o menos los grandes eventos con números ingentes. Puede gustarte más o menos todo lo que conlleve visibilidad social de la iglesia. Lo que me cuesta admitir son las críticas desmesuradas y despectivas de unos para con otros, vengan del lado que vengan. Sobre todo, porque además de creer que son muy poco evangélicas y muy poco inteligentes en cuanto testimonio de cara a la sociedad, están dañando a la inmensa mayoría de los jóvenes cristianos que no queremos estar ni en un extremo ni en el otro. Queremos aprender a ser iglesia con la iglesia, cuando nos gusta más y cuando nos gusta menos. Queremos aprender a ser respetuosamente críticos, con los más lejanos y con nosotros mismos. Queremos aprender a vivir en coherencia la riqueza que recibimos de Dios y las actitudes y decisiones de nuestra vida cotidiana. Queremos, en definitiva, seguir a Jesús en esta iglesia y en este mundo, porque no hay más; y condenar a este mundo o a esta Iglesia –formando parte de ambos- no deja de tener una mezcla de ingenuidad y de presunción farisea. Del lado que venga.
En un mundo globalizado, tecnológico, de masas, ¿se puede plantear la iglesia una presencia sin construir un altar de tantos metros como nos tienen acostumbrados en estos eventos? Pues sinceramente, creo que no. ¿Queremos reunir a tanta gente sin contar con dispositivos de seguridad, transporte, sanidad, megafonías, imagen? Entonces, ¿cómo lo haremos? ¿Desde una tarima? Otra cosa es que lo que queramos discutir es que la iglesia tenga presencia pública y que en el fondo de nuestro discurso se esconda una opción de fe reducida al interior de cada uno. Entonces, estamos en otro debate. Pero no lo mezclemos. Cuando un grupo tan grande de ciudadanos quiere hacer una reunión o congreso, sin dañar a nadie, ¿no es lícito pedir a las autoridades que administran sus impuestos que cubran los aspectos organizativos del evento? Porque eso es lo que están haciendo las diferentes administraciones públicas relacionadas con la JMJ en Madrid. Ni más ni menos. Ni están dando dinero ni están quitando de otro lado. ¿Porqué estos grupos tan aparentemente comprometidos no piden que se disuelvan las fiestas de carnaval o el día del orgullo gay o el congreso de mundial de cualquier disciplina, en aras al recorte presupuestario y a la necesaria austeridad ciudadana? Volvemos a mezclar todo.
Contemplo perpleja últimamente, cada vez con mayor intensidad en la medida que se acerca agosto que numerosos foros, grupos o personas cristianas por opción, no por tradición social, expresan críticas tan descarnadas como confusas y a veces hasta engañosas. Toda demagogia lo es, creo yo. Algunos hasta comienzan citando el mensaje de Benedicto XVI como confirmación de su actitud: 