jueves, 28 de octubre de 2010

UNA EXPERIENCIA MISIONERA EN HONDURAS

A puntito de terminar el mes de octubre. Nos deja un tiempo más otoñal, por esta parte del mundo, pero también esperamos que nos deje más ganas de ver a Jesús, más ganas de ser misioneros. Por eso, queremos terminar el mes con una experiencia misionera en primera persona: la de Montse Jiménez, joven cristiana, seglar claretiana en Madrid. Trabajadora social de profesión y de vocación... Que su testimonio pueda ser un nuevo guiño a nuesto espíritu y a nuestras ganas de ser, de nuevo y cada vez, un poquito más misioneros.

Siempre que vivo una experiencia como esta de Honduras siento un cierto temor a no vivirla con la suficiente profundidad, a que se me pase el tiempo demasiado rápido y no sea capaz de aprovecharla lo suficiente. Quizá pueda parecer un temor un poco absurdo. Pero sé, lo he visto en mi y en otros, que es perfectamente posible estar en una realidad complicada y diferente como es en este caso la de Honduras sin enterarte de nada, sin que la realidad te toque de verdad. Supongo que tendemos a protegernos del dolor, aunque sea el de otros. Es relativamente fácil centrarte en las pequeñas incomodidades: el calor, los mosquitos, etc y perderte mientras otras cosas. O si no es la primera vez, caer en la tentación de pensar que “ya te lo sabes” y también perderte cosas. Creo poder decir que no ha sido así para mi en este verano.

Honduras, este verano, significa aprender, otra vez, a relativizar, a no ver problemas donde sólo hay pequeñas dificultades o cosas que no salen según lo previsto.

Honduras, este verano, significa descubrir, otra vez, que tiene sentido vivir con austeridad aunque puedas permitirte no hacerlo y aunque todo invite a lo contrario.

Honduras, este verano, significa aprender a no tener todo atado y controlado como hago en mi vida habitual. Significa aprender a improvisar porque lo mismo te toca hacer tortillas de maíz, que preparar una charla sobre la autoestima para dentro de 10 minutos, presidir una celebración de la Palabra o elucubrar cómo volver de una aldea perdida en la montaña porque “fíjese que ya se fue el último bus y no pasa otro hasta mañana”...

Honduras, este verano, significa aprender “a ser y estar” más que “a hacer”. Este año he disfrutado especialmente de mi estancia en las aldeas, donde no hay más que hacer que estar, visitar, compartir, celebrar, dejarte querer... Es fácil sentirte misionera cuando para ellos el simple hecho de que estés allí es buena noticia. Y para ti también lo es.

Honduras, este verano, significa en definitiva recordar que es desde los pobres y desde la pobreza (la suya y la nuestra) desde donde más fácil me resulta intuir quién y cómo es nuestro Dios.

Ya en España, la vuelta a mi vida habitual resulta difícil. Cuesta a nivel afectivo porque ya tienes personas allí a las que conoces de varios años y a los que puedes llamar amigos. Duele ver la situación del país, la realidad social y política, la pobreza y la violencia que tanto se nota en el ambiente y tener que irte sin más. Pero cuesta sobre todo porque allí resulta más fácil encontrarle el sentido a lo que haces; son tan palpables las necesidades que cualquier pequeña cosa que puedas aportar tiene sentido, aunque no cambies nada (en un mes es imposible). A la vuelta se tiene la sensación de que aquello es “más real” que esto. Y ciertamente, en términos estadísticos, aquella realidad es más real que la que yo vivo aquí en Madrid.

Aquí parece todo a veces tan superfluo, es tan fácil adaptarte enseguida a tus pequeñas comodidades y adormecerte, hay tantas cosas que damos por supuestas... Allí todas las respuestas están por crearse, se están creando gracias a la creatividad y la dignidad de toda esa gente que quiere mejorar su vida. Aquí parece que tenemos todas las respuestas hechas, todo está estructurado, organizado... pero no da solución a las necesidades reales de la gente porque todo es frío y estandarizado (esto lo vivo especialmente en mi trabajo).Pero esta es la realidad en la que me toca vivir a mí (al menos mientras no se tomen otras decisiones).

Durante mucho tiempo pensé que la vocación consistía en encontrar el lugar perfecto donde hacer lo que te sientes llamada a hacer, un lugar donde esto resulta fácil y donde todo encaja a la perfección. Con el tiempo me ayudaron a descubrir que tiene que ver más bien con ser y aportar lo que eres allí donde estés, no en la realidad idílica soñada sino en esta realidad humana e imperfecta. Después de este verano en Honduras me quedo con un deseo: el de vivir con intensidad, también aquí, lo que siento como mi vocación, dejarme afectar por el sufrimiento de las personas y saber estar cerca y acompañarlo. Y empezar a trabajar para combatirlo sin esperar a que se den las condiciones perfectas para hacerlo. Me siento llamada, como diría Benedetti, a vivir sin salvarme.

No te quedes inmóvil

al borde del camino

no congeles el júbilo

no quieras con desgana

no te salves ahora

ni nunca

no te salves.

No te llenes de calma

no reserves del mundo

sólo un rincón tranquilo

no dejes caer los párpados

pesados como juicios

no te quedes sin labios

no te duermas sin sueño

no te pienses sin sangre

no te juzgues sin tiempo

Pero si

pese a todo

no puedes evitarlo

y congelas el júbilo

y quieres con desgana

y te salvas ahora

y te llenas de calma

y reservas del mundo

sólo un rincón tranquilo

y dejas caer los párpados

pesados como juicios

y te secas sin labios

y te duermes sin sueño

y te piensas si sangre

y te juzgas sin tiempo

y te quedas inmóvil

al borde del camino

y te salvas

entonces

no te quedes conmigo.

M. Benedetti

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