domingo, 1 de agosto de 2010

EL REGALO DE UNA PERSONA

¿Acaso no has tenido la suerte de encontrar un regalo en tu vida sin merecerlo ni buscarlo? ¿Acaso la vida -Dios- no te ha regalado alguna vez algo sumamente valioso que para muchos otros no significaba nada o incluso era algo -o alguien- sin valor alguno?

Creo que de vez en cuando la vida -Dios- nos hace grandes regalos: una situación inesperada, un desbloqueo de algo que hace tiempo andaba mal, una experiencia significativa, un reencuentro, una reconciliación contigo mismo, un descubrimiento... Los grandes regalos de la vida no los "compramos" nosotros. Todo nos viene dado. Pero no es menos cierto que a veces, por mucho que se nos esté regalando si no estamos atentos, si no acogemos el momento, si no tenemos los ojos abiertos y aprendemos a VER, nos lo perdemos.

El verano, el tiempo de descanso puede ser ocasión propicia para ello. En tres tiempos:

1.- Aprender a VER, a MIRAR, no dejarnos llevar por multitudes, comentarios, superficialidades, apariencias... ¡Cuántas piedras preciosas se me habrán regalado y yo las he confundido con un pedazo de tierra o un simple pedrusco del camino! Sólo había que fijarse bien, quitar algo del polvo y barro que el camino haya pegado... y ahí está.

2.- Aprender a DAR GRACIAS si ya hemos visto tanto como se nos regala inmerecida y gratuitamente. Dar gracias en lo concreto: por tal persona, con su nombre y apellidos... por tal momento... por tal experiencia... por tal descubrimiento...

3.- Aprender a CUIDARLO y DISFRUTARLO. Sí, ¡disfrutarlo! Disfrutar de los amigos, de la belleza, de lo bueno de la vida, sin necesidad de destruirlo, de agotarlo, de consumirlo, de devorarlo... Sin miedo. Disfrutarlo sin miedo para multiplicar esa belleza o ese bien contemplado.


Quizá este pequeño cuento de A. de Mello os lo sugiere mejor que yo. A mí me hizo pensar.


El Gobernador anunció que iba a ir al monasterio para visitar su jardín, cubierto de exóticas rosas. Cuando llegó, descubrió que no había más que una rosa. Al enterarse de que había sido el Maestro quien había hecho cortar todas las demás, quiso saber por qué había obrado de aquel modo. Y el Maestro le dijo: «Porque, si hubiera dejado todas las rosas, tú no habrías visto ni siquiera una». Y, tras una breve pausa, añadió: «Tú estás acostumbrado a las multitudes, mi querido amigo. Pero ¿puedes decirme cuándo has visto por última vez a una persona?»

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