domingo, 11 de abril de 2010

INCRÉDULOS COMO TOMÁS

Podría parecer que esto de la Resurrección pertenece al campo de lo “esotérico”, de lo “espiritual” (en el sentido más inadecuado del término)… Vamos, que nada tiene que ver con nuestra vida aquí y ahora, lo cotidiano, lo que ve y se toca… Que sólo queda creérselo y punto… Pero llega Tomás (Jn 20, 19-29: ¡no dejes de releerlo, por favor!) y dice lo que todos quisiéramos decirle a Jesús, al Resucitado:

“Mira, yo te he seguido y quiero seguirte hasta el final; cuando las cosas vinieron mal, desaparecí pero aquí estoy de nuevo. De verdad que quisiera creer, pero no te veo por ningún sitio y me cuesta la misma vida experimentar tu presencia, no confundirla con otros sentimientos o estados de ánimo o ideas que yo mismo me digo para animarme…”

Y Jesús, paciente, que de esto de hacerse carne, palpable y bien palpable, sabe un rato, sigue apasionado por lo concreto y bien humano, desde el principio hasta el final. Le toma la mano entre las suyas y le conduce a su Costado abierto, a su herida, a la señal más clara de que Dios se toma lo nuestro muy en serio. No fue un juego. Dios no pasó por nuestra historia “sólo con aspecto humano… como si fuera uno de nosotros pero sin serlo… ¡No, no! En Cristo, DIOS SE HIZO HOMBRE. En Él, aprendemos cómo es Dios y cómo ser más humanos. Nuestro Dios vivió como hombre, amó como hombre, dudó como hombre, se entregó como hombre, murió como hombre y ha resucitado como sólo puede hacer Dios. Y nos espera para que viviendo, amando y entregándonos como hizo Él, llegamos también a resucitar con Él.

Contempla las manos de Tomás en el cuadro de Caravaggio.

Son tan rudas y sencillas como las nuestras. Contempla la mente iluminada de los discípulos, tensa y expectante; contempla sus ojos buscando a Dios en ese costado abierto. ¿Así le buscamos nosotros? ¿con la misma intensidad y asombro? Contempla la serenidad y el cuidado amoroso de Cristo acompañando nuestra mano (la de Tomás) con la suya… Déjate acompañar por Él hoy. Pero recuerda que te conducirá a su herida, a las tuyas también, a las heridas abiertas del mundo (¡cuánto dolor!). Y entonces, allí, si pones el amor y el deseo suficiente, podrás reconocerle a Él vivo, Resucitado, verdadero Dios y verdadero hombre. Tómate tu tiempo para hacer esta experiencia. Participa en la Eucaristía queriendo ver y tocar al Resucitado. Allí también te espera. Una y otra vez. Sí… tienes razón; para creerlo hace falta mucha fe. No te preocupes. Tú pon el amor y el deseo. Dios pone la gracia.

(Tomado de "5 minutos para ti", www.acompasando.org)

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