martes, 1 de febrero de 2011

LE HE TOCADO

Le he tocado. Siquiera rozarlo. Una sóla vez es suficiente. Yo sé que es verdad. Entre nosotros nos apretujamos, gritamos, buscamos milagros y remedios rápidos y saludables. Recetas para la felicidad rápida e inmediata. Esperamos un Dios que nos resuelva la vida, pero esta vida, la mía, la que a mí se me antoja como mi vida. Un Dios que no se inmiscuya en mis asuntos ni en mis decisiones ni en mis proyectos. Un Dios -eso sí-, al que poder responsabilizar de todo lo que me vaya mal a mí o a la gente a la que quiero.

Le he tocado. Siquiera rozarlo. Y entonces, supe y sentí que la fuente de tantas hemorragias vitales; esos focos por los que llevo toda la vida perdiendo las fuerzas y la misma vida, estaban sanados. Me di cuenta que la mayoría de nosotros ni siquiera lo reconocemos, no le ponemos nombre, pero todos padecemos flujos de sangre, pérdida de vitalidad por cien mil tonterías que nos van debilitando y enfermando de tristeza, de soledad, de violencia.

Le he tocado. Siquiera rozarlo y sentí que su fuerza llenaba todo y sanaba todo. Ahora estoy sana y vivo en paz. No soy mejor que los demás. Tampoco peor. Pero ahora, gracias a Él, sé que no se puede vivir perdiendo vida continuamente en cien mil tonterías... Y cuando alguna de ellas vuelve a tocar a mi puerta, queriendo apoderarse de mis fuerzas, recuerdo que le he tocado. Que es real. Y que no merece la pena.


(Mc 5, 25-34)
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba. Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría. Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado.

Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando: «¿Quién me ha tocado el manto?»
Los discípulos le contestaron: «Ves como te apretuja la gente y preguntas: "¿Quién me ha tocado?"»
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo.
Él le dijo: «Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.»

2 comentarios:

  1. "Y cuando alguna de ellas vuelve a tocar a mi puerta, queriendo apoderarse de mis fuerzas, recuerdo que le he tocado. Que es real. Y que no merece la pena".

    Tan real como la experiencia de sentirse sanado... ;)

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  2. Yo sentí más bien que Él me "tocó", y desde entonces la fuerza de su amor me atrae de mil maneras.
    Me sana y me recrea cada vez el cansancio o el mal hacen mella en mi alma.
    La luz de sus ojos aclara mi mirada y me permite ver más allá de las cosas con gozo y esperanza.

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