domingo, 14 de marzo de 2010

DOMINGO IV DE CUARESMA: VOLVER, VOLVER, VOLVER..

Venía hoy en el metro para casa y frente a mí se sentó un chico de unos 25 años. Normal. Nada especial. Pero enseguida me captó la atención. Estaba escuchando música con unos cascos cuidados. No eran de esos último modelo super llamativos. Pero tampoco eran unos casos cualquiera regalados en un viaje de tren. No. De hecho, no se oía absolutamente nada de su música.
Coincidimos más de 20 minutos de trayecto. En ningún momento le vi "distraerse" de lo que estaba escuchando. Casi siempre con los ojos cerrados, a veces moviendo las dos manos como si de una baería virutal se tratara. Casi siempre el pie marcaba el ritmo y siempre expresaba, no sé cómo, que tenía puesta la vida entera en aquello que escuchaba; no sólo porque parecía disfrutarlo totalmente sino tambien porque todo él, su cuerpo, sus expresiones, sus movimientos leves y enérgicos a la vez, iban a una.
¿El resultado? Que me dieron unas ganas enormes de querer escuchar yo también aquelllo que él oía. ¿Qué música llevaría aquel chico que le cogía tan enormemente?
No me atreví a preguntárselo, pero me hizo pensar. Hoy la Iglesia proclama el Evangelio del Hijo pródigo, del Padre misericordioso. Y además, es el IV Domingo de Cuaresma, muy cerca ya de la Semana Santa; un domingo que la Iglesia llama de "alegría", no de penitencia ni de perdón.... No. El acento lo pone en la alegría.
Me imaginaba al hijo pródigo pensando en su Padre; me imaginaba a cualquiera de nosotros pensando en Dios. Y quería vernos tan cogidos, tan centrados, tan acompasados con su melodía que no quisiéramos ni pudiéramos hacer otra cosa que VOLVER A ÉL. VOLVER, VOLVER, VOLVER... ¡y con alegría! La alegría de volver a Dios, de acercarnos un poquito más a Él, de conectar un poco más con lo más interior de nosotros mismos... ¡Qué gran cuaresma sería! ¡Qué gran Pascua!
Y entonces me imaginaba que en el "metro" de la vida diaria, la gente que no conoce a Dios o que no sabe si cree o no en Él, nos miraba y asombrados se decían: ¡yo también quiero escuchar esa música, yo también quiero que la sintonía de Dios me marque el ritmo!
Ojalá, Señor, ojalá.

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