Se acerca la Jornada Mundial de misiones (DOMUND) y la fiesta del P. Claret, un gran misionero. Por eso, compartimos el testimonio de Ildefonso Luis García, estudiante Claretiano en Granada, 25 años. Ha sido diagnosticado de cáncer en la glándula suprarrenal y ahora está en fase paliativa. Escribe esta carta a su Congregación, expresando cómo ha vivido este tiempo y cómo se encuentra ahora. Pero puede ser un testimonio que nos ayude a todos, consagrados y no consagrados, mayores y jóvenes, sanos y enfermos, casados y solteros, creyentes y no creyentes...
Que su vida nos ayude a cada uno a mirar la nuestra de frente, sin miedo, con sencillez y valor, delante de Dios, quien nos llama a la vida y nos envía.
Queridos hermanos de Congregación:
Aprovecho estos días de vacaciones para compartir con sencillez mi último año y medio como Misionero Claretiano en formación. Sobre el 23 de Mayo de 2010 acudí a urgencias por fuertes dolores debajo del costado izquierdo. Varias horas más tarde habiendo experimentado nerviosismo e incertidumbre por los dolores que padecía me diagnosticaron un tumor maligno surgido en la glándula suprarrenal izquierda. Estuve varios días ingresado porque los médicos querían operar inmediatamente, pero no podían hacerlo hasta lograr estabilizar ciertas constantes que el tumor había desequilibrado en el cuerpo. Fueron días de mucha paz interior y serenidad externa. Dios amor, tomó mi frágil cuerpo, mi pobre fe, mi confianza esperanzada en Él y me mostró un camino, un itinerario nuevo que deseaba que emprendiéramos juntos en este camino Misionero.
Conforme transcurrían los días me sentía llamado a tener un intenso tiempo de encuentro con Dios y de abandono en el Dios de Jesucristo, que es amor y da vida abundante. Con humor, fe, ilusión y plena confianza en Él iban pasando los días y Dios iba mostrando su gracia para fortalecer mi persona en el nuevo camino que acababa de emprender. Diez días más tarde los médicos me dieron el alta con fecha fijada para la extirpación del tumor maligno. Los médicos alertaron de que era una operación difícil, en la que podía perder la vida, no obstante, Él estuvo a mi lado y con su fuerza pude y puedo seguir hoy caminando en el día a día a su lado: contento, feliz, alegre, ilusionado y esperanzado en el Señor de la vida y el amor.
A lo largo de este tiempo transcurrido desde entonces mi vida como Misionero Claretiano ha experimentado un cambio de 360º. La experiencia de una enfermedad grave con tan poca edad para lo que estimamos normal creo que hace madurar a marchas forzadas y te hace darte cuenta de lo que es realmente importante en tu vida. El cáncer está siendo la batalla en la que me encuentro luchando. Pero no estoy haciéndolo solo. Cuento con Dios que es mi apoyo, mi baluarte, el escudo donde me pongo a salvo y donde recobro cada día fuerzas para seguir dando la vida por amor al Evangelio.
Durante este último tiempo de formación inicial he experimentado en mi vida y en la comunidad muchas de las cosas que nos dicen los formadores y los hermanos mayores de nuestras comunidades para perseverar en la vocación. Yo estoy seguro de que si las hubiera abandonado ahora no estaría compartiendo con vosotros lo que Dios sigue haciendo por mí, un inútil instrumento en sus manos.
Un pilar fundamental e importante en este último año y medio tras el descubrimiento del cáncer ha sido esencial para seguir caminando al lado de Dios: La oración. El encuentro personal y diario con Dios en la oración por medio de su Palabra ha sido importantísimo para mí. En ella he encontrado el rostro del Abbá de Jesús. Guiado por la fe en el Dios cercano con el que puedo hablar de mis miedos y dudas, mis incertidumbres y soledades ha sido y sigue siendo la experiencia que mueve mi vida hacia Dios. La escucha asidua de su Palabra ha sido motivo de fortaleza, fe, ilusión, sueño, amor, perdón, alegría en muchos momentos que han ido apareciendo en este tiempo. No es fácil vivir el cáncer sin la esperanza en el Hijo de Dios. En algún momento se ha hecho muy presente una frase de la carta de Pablo a los Gálatas (2, 19b-20): “Estoy crucificado con Cristo. Vivo yo, pero no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí: y mientras viva en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí”. Es difícil y sería pretencioso decir que he llegado a vivir y a tener esta experiencia de Pablo y de nuestro fundador en mi persona, pero sí creo que la he vivido en modo análogo.
Puedo decir que me siento crucificado con Cristo en el dolor, el sufrimiento, la agonía de una enfermedad que en mi caso quiere terminar conmigo. La experiencia de sentirme crucificado en el sufrimiento del cáncer en algún momento me ha hecho sentirme abandonado por Dios, no obstante, he descubierto tras los nervios y cegueras que podía seguir abandonándome en sus manos porque es el único motor que mueve mi vida. Vivo contento, con fe, sin miedo ni temor a lo que venga en el futuro porque vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. Con gran alegría puedo compartir con vosotros hermanos que el cáncer está siendo una oportunidad para configurarme con Cristo. No es fácil vivir esta situación desde la fe, con fuerza, con ilusión o alegría, es cierto, pero la fe es la que me mueve a ello y no mis propios esfuerzos.
La celebración de los sacramentos ha sido y sigue siendo un aspecto importante en mi vida diaria. Antes de descubrir mi enfermedad, con tristeza y dolor, comparto con vosotros que vivía la eucaristía de un modo mecánico, casi sin sentido; era una cosa más que había que hacer en el día a día. No obstante, la enfermedad me ha abierto los ojos para ver, vivir y experimentar que sin recibir a Cristo como comida y bebida de salvación mi cuerpo se queda sin fuerzas para seguir luchando esta batalla abierta. Recibir cada día el sacrificio eucarístico es para mí el gran momento del día, el momento en que el Señor me da fuerzas para seguir caminando a su lado.
Una hermosa experiencia relacionada con los sacramentos ha sido las veces que he recibido la unción de los enfermos. No sabría describir la inmensa alegría y serenidad que producía en mí recibir este sacramento de fortaleza en la enfermedad. Dos días antes de operarme recibí este sacramento por primera vez en mi vida, me sentí muy lleno del amor de Dios, de su ternura y cercanía, de su gracia para afrontar la operación a la que tenía que someterme.
Un elemento por el que he dado muchas gracias y hoy día también doy gracias es por la Comunidad. Ha sido otro pilar importante y sigue siéndolo. Con pequeños y grandes detalles que han tenido conmigo. Ello me ha ayudado a curarme de la autosuficiencia. Algo habitual como vestirse, hacer la cama, mover un sillón, limpiar el cuarto, son cosas habituales que solemos hacer. Yo viéndome impedido he aprendido lo que es el servicio gratuito y amoroso en los sencillos gestos de los hermanos. La comunidad ha estado en todo momento preocupada por mí, en lo bueno y en lo malo, apoyándome, haciéndome sonreír, ayudándome a levantar cuando he estado más bajo de moral.
La experiencia del Padre Claret de sufrimiento a lo largo de su vida me sigue ayudando a seguir entregando mi vida por el Evangelio, a anunciar la Buena Noticia del Reino en medio de mis circunstancias y a descubrir que para mí Dios es suficientísimo. Como Hijo del Inmaculado Corazón de María me siento querido por la madre y acompañado en estos momentos de Cruz, desconcierto, sufrimiento y dolor. En ella veo la fidelidad y la confianza esperanzada en medio de la oscuridad del abismo, de la realidad cercana de la muerte.
Comparto finalmente con vosotros mi situación actual. La enfermedad ha avanzado, ya hay metástasis por varios lugares. Los dos pulmones se encuentran habitados por el cáncer con una suelta de globos, el hígado aparece con varios puntos grandes de metástasis y el hilio esplénico o bazo. La realidad es que el cáncer sigue avanzando con agresividad y fuerza. Una cosa que tiene sorprendidos a los médicos es mi estado físico porque afirman que no se corresponden con los datos médicos contrastados por las pruebas. Ello me hace sonreír y me alegra porque sigo viendo la mano de Dios por medio de cada uno de vosotros con vuestra sencilla oración. Dios da vitalidad y fuerza en la mayor debilidad, los datos médicos son una prueba de que esta experiencia que sentimos es cierta.
Tras fallar los dos tratamientos de quimioterapia anteriores, a mediados de julio los médicos llegaron a descartar la posibilidad de seguir administrando cualquier otro tratamiento. Sólo quedarían los cuidados paliativos y, en particular, la administración de morfina, cuando la situación se haga ya insoportable. No obstante, yo les he pedido que sigan intentando encontrar un tratamiento efectivo para este tipo de cáncer suprarrenal, que es poco habitual y manejable. Así, van a ensayar otro tipo de quimioterapia, aunque el pronóstico sea muy incierto. Entre tanto, sigo confiando en Dios y, como mi vida es don gratuito de su amor, quiero seguir luchando a su lado.
Me quiero despedir de vosotros hermanos animándoos a seguir a Jesús pobre, casto y obediente al estilo de San Antonio María Claret, como un Hijo del Inmaculado Corazón de María que intenta vivir la hermosa definición que el fundador quiso que lleváramos encima siempre y que tanto me ha ayudado. Ahora estoy preparando mi profesión perpetua que, si Dios quiere, emitiré el día 23 de Octubre, en las vísperas de nuestra fiesta.
Os invito, hermanos, a orar por mí para que aquél que ha comenzado la buena obra en mí la lleve a buen término. Y con alegría termino compartiendo mi texto vocacional, el texto que me sigue acompañando y que me sigue llenando de alegría para seguir el proyecto de Dios: “El Reino de los Cielos es como un tesoro escondido en un campo. El hombre que lo descubre, lo vuelve a esconder; su alegría es tal, que va a vender todo lo que tiene y compra ese campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; Si llega a sus manos una perla de gran valor, se va, vende cuanto tiene y la compra.”
Vuestro hermano Ildefonso cmf
Me gusto mucho y admiro tan grande fortaleza y valentía, la misma infundida por Dios nuestro Señor. Qué Dios te guíe y acompañe siempre Hermano Idelfonso.
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