En este tiempo se cumplió en mí aquello del Evangelio
de que las espinas habían sofocado el buen trigo. El continuo pensar en
máquinas, telares y composiciones me tenía tan absorto, que no acertaba a
pensar en otra cosa. ¡Oh Dios mío, qué paciencia tan grande tuvisteis conmigo! (...) Todo mi objeto, todo mi afán, era la fabricación. Por más que diga, no lo
encareceré bastante; era un delirio el que yo tenía por la fabricación. ¿Y
quién lo habría de decir que esta afición tan extremada era el medio de que
Dios se había de valer para arrancarme del amor a la fabricación? (...) A los últimos días del año tercero de hallarme en
Barcelona tan aficionado como he dicho, al asistir en los días de precepto a la
santa Misa tenía trabajo grande en desvanecerme de los pensamientos que me
venían, pues que, si bien que a mí me gustaba muchísimo pensar y discurrir
sobre aquellas materias, pero durante la misa y demás devociones no quería, las
apartaba, las decía que después ya me ocuparía de ellas, pero que ahora quería
pensar en lo que hacía y rezaba. Eran inútiles mis esfuerzos, a la manera que
una rueda que anda muy aprisa, que repentinamente no se puede detener.
Cabalmente, para mayor tormento, durante la misa me venían ideas nuevas,
descubrimientos, etc., etc.; por manera que durante la misa tenía más máquinas
en la cabeza que santos no había en el altar. En medio de esta barahúnda de cosas, estando oyendo la
santa Misa, me acordé de haber leído desde muy niño aquellas palabras del
Evangelio: ¿De qué le aprovecha al hombre el ganar todo el mundo si
finalmente pierde su alma? Esta sentencia me causó una profunda
impresión... fue para mí una saeta que me hirió el corazón; yo pensaba y
discurría qué haría, pero no acertaba (cf. Autobiografía Claret 65-68).
¿Cuáles son tus "máquinas, telares y composiciones" que te ocupan totalmente y te tienen tan atrapado que ya manda más en ti que tú mismo?
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