No es por nada. Ni bueno ni malo ni regular.
Es sólo que no tienes nada que decir. Ni quieres decir nada.
Y alrededor tuyo: nada.
¿No te ha pasado nunca?
Es como si de repente hubieras entrado en una estación de tren o de bus. Sólo tienes que esperar. Y no sabes a qué hora vendrá el siguiente. Simplemente esperas.
Y mientras tanto, algo hay que hacer. Y no dejas de hacerlo. Es más: hay mucho que hacer. El mundo no para cuando tú esperas.
A veces no tienes nada que decir porque no lo necesitas. No hace falta.
Otras veces no dices nada porque no sabes cómo decirlo.
Otras veces no dices nada porque no encuentras nada dentro qué decir y fuera no acabas de ver nada que merezca tanto la pena. Sin duda, esto es lo peor de todo.
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