La Familia Claretiana, amplia en diversidad de ramas y extendida por todo el mundo, se alegra hoy con nosotras, MISIONERAS CLARETIANAS, al celebrar los 155 años de nuestra Fundación en Santiago de Cuba. Dos días antes, el P. Claret firmaba como fundador y Arzobispo de la Isla, el Decreto que "oficialmente" declaraba la existencia de nuestro Instituo en la Iglesia. Pero lógicamente, sin Claretianas, no hay Congregación. Se hizo realidad el 27 de agosto, cuando la primera claretiana de la Historia, Mª Antonia París, nuestra Fundadora, profesó prometiendo para toda la vida su deseo de seguir a Cristo en pobreza, obediencia y castidad, anunciando el Evangelio a toda criatura y dando la vida por la Renovación de la Iglesia, siempre tan necesitada.
Una semana después, hicieron su profesión seis hermanas más. Y así, hasta el día de hoy...
Te invitamos a conocer la experiencia que ella vivió aquel día y si quieres profundizar, un pequeño vídeo. Su experiencia fue sentir un enorme peso sobre ella: la misión que se le encomendaba. Y a la vez, un enorme amor: el que hizo posible vivir gozosamente ese peso de la Iglesia y el Evangelio.
¿Cuál es tu peso? ¿Cuál es tu amor?
El día de mi profesión, 27 de agosto de 1855, en Santiago de Cuba, al ponerme el P. Claret la corona de flores como era costumbre en aquella época, sentí un peso tan extraordinario en la cabeza que me la hacía inclinar y naturalmente pesaba muy poco por ser de flores muy finas. Admirándome yo mucho de aquel grande peso me dijo Nuestro Señor: Este es hija mía, el peso que carga sobre ti de la Reformación de mi Iglesia; y me llamó tres veces "esposa mía", dándome a entender que me amaba mucho el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y me dijo Nuestro Señor: Hija mía, de aquí en adelante quiero estar sentado en medio de tu corazón como en mi propio trono... pero yo más bien sentía que era Dios quien era toda yo, en cuerpo y alma, quien estaba metida dentro del Corazón de mi Dios y Señor.
(Cf. Escritos de Mª Antonia París, 172-173)
El día de mi profesión, 27 de agosto de 1855, en Santiago de Cuba, al ponerme el P. Claret la corona de flores como era costumbre en aquella época, sentí un peso tan extraordinario en la cabeza que me la hacía inclinar y naturalmente pesaba muy poco por ser de flores muy finas. Admirándome yo mucho de aquel grande peso me dijo Nuestro Señor: Este es hija mía, el peso que carga sobre ti de la Reformación de mi Iglesia; y me llamó tres veces "esposa mía", dándome a entender que me amaba mucho el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y me dijo Nuestro Señor: Hija mía, de aquí en adelante quiero estar sentado en medio de tu corazón como en mi propio trono... pero yo más bien sentía que era Dios quien era toda yo, en cuerpo y alma, quien estaba metida dentro del Corazón de mi Dios y Señor.
(Cf. Escritos de Mª Antonia París, 172-173)
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