Y en esto nos suele pasar como a Pedro, con su pregunta a Jesús sobre hasta dónde perdonar: cometemos el mismo error de entender el perdón a los demás como una obligación, un compromiso, un esfuerzo... y no es así. Porque perdonar es, simplemente, dar lo que ya hemos recibido: Él nos ha perdonado primero, lo hace constantemente, su mirada de amor está siempre hacia nosotros.
Y un perdón así, que nace espontáneamente de la alegría de sentirte perdonado, es el auténtico “perdón de corazón”, al que se refiere el último versículo. Jesús supera el sensato e injusto “yo perdono, pero no olvido” de nuestra sociedad. Todo lo contrario: que perdones de corazón, con toda el alma, así tan locamente como lo es todo en el Evangelio. Y, para terminar, piensa que, como cristianos, estamos llamados a aportar a nuestra cultura la mirada de amor, el perdón de corazón. No se puede lograr una sociedad más justa con acusaciones y rencores.
(Evelyn Velasco, misionera claretiana en www.acompasando.org)
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