- la Encarnación de Cristo: la decisión misteriosa e incomprensible de Dios de hacerse uno de nosotros, no aprovechar su condición divina y rebajarse a nuestra carne, a nuestros límites... a nuestra humanidad.
- la Anunciación de Gabriel a María: la decisión misteriosa e incomprensible de una mujer que se fía de Dios hasta el punto de creer que el Todopoderoso, el Creador del Universo, requiere de su misma carne para salvar al mundo.
Cualquiera de las dos verdades de nuestra fe hace estremecerse... A mí, al menos, si lo pienso, me estremece. Sobre todo si pienso que sigue ocurriendo día a día, que no tiene vuelta atrás, que toda carne y todo lo humano está transido de Dios, que en toda decisión humana hay un anuncio divino y una llamada para ofrecer nuestra carne pobre al mundo.
Es verdad. Celebrar la solemnidad de la Encarnacion o de la Anunciación es celebrar el misterio de nuestra vida. ¡No estamos huecos!, ¡no somos indiferentes a Dios!. Gracias, Señor de la vida.
En la persona de la Virgen, la humanidad dio su consentimiento a que el Verbo se hiciera carne y viniera a habitar entre los hombres, pues, según el adagio patrístico, "si bien la voluntad divina creó sola al hombre, no puede salvarlo sin la cooperación de la voluntad humana". La tragedia de la libertad se resuelve en las palabras "he aquí la esclava del Señor".
NICOLÁS CABÁSILAS, «Homilía sobre la Anunciación»
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