No tiene nada de particular que sea un día gris, triste, agobiante, medido, frío, anodino, estresante, decaído, sin ánimo... Puedes seguir poniendo adjetivos. Sólo tú sabes cómo es tu día. Entonces, metida la cabeza en el ordenador o en las cuentas o corrigiendo exámenes o estudiando o intentando escribir o... lo que sea, sientes que alguien se acerca a tu mesa sin hacer ruido. Sin hacer casi nada. Y con la misma simplicidad, deja sobre la mesa un café caliente, con la medida de leche y azúcar que a ti te gusta. Y sin decir nada más, vuelve a irse, silencioso, cercano, pleno.
Mientras tomas la taza y calientas tus manos, notas que también se te caldea el corazón y los ojos. Ahora ves más y mejor. Por eso no tuviste que ensayar ni fingir la sonrisa al exclamar: ¡gracias!!! Y lo mejor no es el detalle de haberte traído un café.
Mientras tomas la taza y calientas tus manos, notas que también se te caldea el corazón y los ojos. Ahora ves más y mejor. Por eso no tuviste que ensayar ni fingir la sonrisa al exclamar: ¡gracias!!! Y lo mejor no es el detalle de haberte traído un café.
Lo mejor es que ni siquiera te lo preguntó, ni necesitó "avisar" su hazaña, ni esperar tu agradecimiento, ni dejar que tú te lo pusieras a tu gusto. Lo mejor es que vino sin avisar y vino exactamente de la forma que tú necesitabas que viniera.
A veces, tenemos esa suerte.
Y me preguntaba en el último sorbo de café: ¿vendrá así Aquel que ahora esperamos?
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