Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa (Hb 1, 3). Y de su plenitud hemos recibido todos gracia tras gracia (Jn 1, 16)
No, no, no. No puede ser. ¿Me tomas el pelo, Dios? ¿A qué juegas conmigo? Un niño, un niño como otro de tantos... Un padre que no es su padre, una madre virgen, un Dios Altísimo entre pastores, en una ciudad perdida... ¡¡¡Me tomas el pelo!!! Y por si fuera poco, tener que escuchar que él, este niñín pobre y sonriente, tan ajeno a todo lo que tiene por delante, es "reflejo de tu Gloria"!!! ¿Cómo van a creerme cuando hable de ti así? ¿cómo se te ocurre pensar que me harán caso? Nadie se fiará de un cualquiera, de un carpintero, de uno de pueblo... nadie pensará que su palabra sostiene mi vida entera y el universo.
Ahora, que además me mires así, con esa cara que me pones, y me digas que de su misma plenitud hemos recibido gracia tras gracia... esos ya.... Perdóname, Señor, pero hasta a mí me cuesta creerlo! Me lo repito: en mí vas dejando poquito de tu gracia, poquitos a poquitos, paso a paso, gracia tras gracia. Soy de tu misma pasta, de tu familia, de los tuyos...
En fin, Señor... ¡qué grande eres!... Creo que una vez más, volveré a arrodillarme, me quedaré en silencio y sin más, quedaré mirándote otro rato largo. Esto va a ir para largo. Lo presiento. Si eres así naciendo, ¿cómo serás al final?
No lo sé. Pero quiero estar allí cuando ocurra.
Feliz navidad.
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